Misión
Somos una Institución Educativa de carácter oficial, académico e incluyente que ofrece el servicio en educación formal apoyado en la Investigación como Estrategia Pedagógica y el uso de las TIC, formando mejores seres humanos integrales, competentes, sensibles a su entorno, abiertos al conocimiento, y con capacidad de liderar procesos de cambio fundamentados en el bien común.
Visión
La Institución Educativa Colegio San Luis Gonzaga con la participación comunitaria será reconocida por su compromiso en la prestación del servicio de educación pública de calidad, solidez cultural y formadora de líderes competentes para desempeñarse en la vida personal, intelectual, social, ciudadana y productiva con base en su proyecto de vida.
En la actualidad y por requerimientos de Ley, esta prestigioso Institución Educativa ofrece sus servicios a nivel preescolar, la básica primaria en asociación con la Escuela Mariano Ospina Rodríguez, la básica secundaria y la media académica con énfasis en Microbiología; dando paso al cambio de su razón social para denominarse Institución Educativa Colegio San Luis Gonzaga.Con la Rectoría de Pedro Julio Pezzotti Lemus, 43 docentes y 9 administrativos, la institución atiende en jornada única a 980 estudiantes, brindándoles todos los servicios académicos, sala de informática, servicio de bienestar, tienda y transporte escolar entre otros.
OBJETIVOS DE CALIDAD
- Organizar el funcionamiento de la Institución Educativa a través de acciones que garanticen la satisfacción de los usuarios del servicio.
- Generar aprendizajes significativos en los estudiantes mediante prácticas pedagógicas motivantes e innovadoras.
- Brindar servicios de bienestar a la Comunidad Educativa que contribuyan en los procesos de formación de la población escolar.
- Desarrollar procesos de apoyo a cada una de las gestiones del proyecto educativo Institucional aportando recursos óptimos que permitan la ejecución de los mismos.
POLÍTICA DE CALIDAD
La IE define sus políticas de calidad a partir de un sistema que articula los niveles educativos preescolar, básica, media y superior, alrededor del proceso de competencias, mediante el fortalecimiento de las gestiones de la institución educativa y la administración, ubicándola como una entidad abierta y diversa, donde todos puedan aprender, desarrollar las competencias básicas y convivir pacíficamente.
OBJETIVOS INSTITUCIONALES
OBJETIVOS GENERALES
Formar estudiantes integrales, aptos para continuar estudios en la educación superior y/o vincularse laboralmente al desarrollo del país, creando espacios que promuevan el fortalecimiento y gusto por las diferentes disciplinas del saber y la aplicación en su entorno.
OBJETIVOS ESPECÍFICOS
- Crear un ambiente escolar propicio para la formación integral.
- Perfeccionar las competencias comunicativas básicas de los estudiantes.
- Desarrollar habilidades para interpretar y solucionar problemas de la vida diaria.
- Orientar los comportamientos y actitudes humanas en pro de una mejor convivencia.
- Incrementar la democracia participativa.
- Formar hábitos de estudio y de auto-superación.
- Fortalecer la práctica del respeto por la naturaleza.
- Promover el crecimiento personal y la autoestima.
- Orientar las habilidades de los estudiantes con diversidad funcional en pro de su desempeño laboral.
- Desarrollar una sana sexualidad que respete la identidad de género.
- Fortalecer la construcción del conocimiento científico, técnico, histórico, social, geográfico y estético que contribuyan a consolidar el saber y su transversalidad.
- Estimular las competencias interpretativas, argumentativas y propositivas.
- Desarrollar el pensamiento crítico-analítico.
- Proporcionar herramientas que faciliten el uso de la segunda lengua en ambientes extraescolares y en la comunidad virtual.
- Optimizar el uso de las Tecnologías de la Información y la comunicación que contribuyan a la construcción del saber en la lengua extranjera.
LEMA INSTITUCIONAL
Desde su fundación y hasta la fecha la Institución Educativa Colegio San Luis Gonzaga, está comprometida a trabajar en el desarrollo de una formación integral con sentido de pertenencia y pertinencia a la Institución a través del respeto a los símbolos y el cumplimiento del lema “HACIA LAS ALTURAS”, el cual se materializará en adelante con el emblema
“POR MI ESCUDO Y MI BANDERA, GONZAGUISTAS DE PRIMERA”.
En el marco de la política de calidad institucional los documentos institucionales llevaran en el pie de página de su membrete la insignia
“GONZAGUISTAS SIEMPRE LISTOS A LA EXCELENCIA”
PRINCIPIOS INSTITUCIONALES
Los principios rectores que dirigirán la labor educativa de la Institución Educativa serán.
- Formación en valores.
- Pluralismo ideológica.
- Prevención integral.
- Pensamiento crítico y social.
- Respeto a los compromisos adquirido
- Participación democrática.
- Amor a la ciencia, la investigación y al trabajo.
- Conciencia ecológica.
- Respeto y aceptación a las diferencias individuales.
- Sentido de Pertenencia y Pertinencia hacia la Institución.
Los principios rectores que dirigirán la labor educativa de la Institución Educativa serán.
- Formación en valores.
- Pluralismo ideológica.
- Prevención integral.
- Pensamiento crítico y social.
- Respeto a los compromisos adquirido
- Participación democrática.
- Amor a la ciencia, la investigación y al trabajo.
- Conciencia ecológica.
- Respeto y aceptación a las diferencias individuales.
- Sentido de Pertenencia y Pertinencia hacia la Institución.
1. Óptimo ambiente escolar (comienza desde que llegamos puntualmente a la IE, cumplimos con los deberes escolares, portamos adecuadamente el uniforme, cuidado con los útiles escolares, uso adecuado de los espacios educativos, tolerancia y dialogo entre otros)
2. Formación Integral (hace referencia a la formación de seres humanos competentes en lo académico y en la convivencia escolar con el fin de que los estudiantes se apropien de su proyecto de vida)
3. Progreso Académico (mejorar el desempeño académico, resultados de pruebas saber, mejorar posición del colegio a nivel municipal, departamental y nacional, entre otros importantes)
4. Sentido de pertenencia Gonzaguista
5. Reconocer la diferencia atendiendo la diversidad (a través de la flexibilización curricular, acompañamiento a estudiantes y familias, reconocer que todos somos diferentes e importantes, algo así como una campaña de acéptame, ayúdame e intégrame)
El símbolo es la forma de exteriorizar un pensamiento o idea, incluso abstracta, así como el signo o medio de expresión al que se atribuye un significado convencional y en cuya génesis se encuentra la semejanza, real o imaginada, con lo significado.
Un símbolo es la representación perceptible de una idea, con rasgos asociados por una convención socialmente aceptada.
Es un signo sin semejanza ni contigüidad, que solamente posee un vínculo convencional entre su significante y su denotado, además de una clase intencional para su designado. Los símbolos son pictografías con significado propio.
Los símbolos de la Institución son un distintivo exterior, identifican a los alumnos como miembros de la Comunidad Educativa Gonzaguista, por lo tanto merecen respeto en cualquier acto de comunidad o donde quiera que se exhiban.
Luís María Figueroa Villamizar Fundó el Colegio San Luís Gonzaga en el año 1906. Nació el 25 de Agosto de 1866, en el municipio de Mutiscua, NS. Fueron sus padres don José Dolores Figueroa y doña Facunda Villamizar. Adelantó sus estudios eclesiásticos en el Seminario Nueva Pamplona, donde fue ordenado sacerdote por Monseñor Ignacio Antonio Parra, el 19 de Septiembre de 1891.
Llegó a Chinácota el 25 de Enero de 1906. Trajo la primera imprenta municipal y en ese mismo año fundó la Sociedad San Vicente de Paúl. Fue censor católico del periódico El Labrador Católico.
En Abril de 1909 viajó a Europa y regresó en Octubre, asumiendo la dirección del Colegio. En 1923 fue Profesor de latín y capellán; el 25 de Abril de 1924, fue trasladado de párroco a California, Santander. Murió en Bucaramanga el 6 de Febrero de 1937, a la edad de 71 años.
Tomado de: Resumen histórico Colegio San Luís Gonzaga Chinácota.
San Luís Gonzaga (1568-1951)
Patrón de la Juventud Cristiana-Fiesta 21 de Junio
Se Crió entre Soldados
Nació el 9 de marzo, de 1568, en el castillo de Castiglione delle Stivieri, en la Lombardia. Hijo mayor de Ferrante, marqués de Chatillon de Stiviéres en Lombardia y príncipe del Imperio y Marta Tana Santena (Doña Norta), dama de honor de la reina de la corte de Felipe II de España, donde también el marqués ocupaba un alto cargo. La madre, habiendo llegado a las puertas de la muerte antes del nacimiento de Luis, lo había consagrado a la Santísima Virgen y llevado a bautizar al nacer. Por el contrario, a don Ferrante solo le interesaba su futuro mundano, que fuese soldado como el.Desde que el niño tenía cuatro años, jugaba con cañones y arcabuces en miniatura y, a los cinco, su padre lo llevó a Casalmaggiore, donde unos tres mil soldados se ejercitaban en preparación para la campaña de la expedición española contra Túnez. Durante su permanencia en aquellos cuarteles, que se prolongó durante varios meses, el pequeño Luis se divertía en grande al encabezar los desfiles y en marchar al frente del pelotón con una pica al hombro.
En cierta ocasión, mientras las tropas descansaban, se las arregló para cargar una pieza de la artillería, sin que nadie lo advirtiera, y dispararla, con la consiguiente alarma en el campamento. Rodeado por los soldados, aprendió la importancia de ser valiente y del sacrificio por grandes ideales, pero también adquirió el rudo vocabulario de las tropas. Al regresar al castillo, las repetía cándidamente.
Su tutor lo reprendió, haciéndole ver que aquel lenguaje no sólo era grosero y vulgar, sino blasfemo. Luis se mostró sinceramente avergonzado y arrepentido de modo que, comprendiendo que aquello ofendía a Dios, jamás volvió a repetirlo.
Despierta su Vida Espiritual
Apenas contaba siete años de edad cuando experimentó lo que podría describirse mejor como un despertar espiritual. Siempre había dicho sus oraciones matinales y vespertinas, pero desde entonces y por iniciativa propia, recitó a diario el oficio de Nuestra Señora, los siete salmos penitenciales y otras devociones, siempre de rodillas y sin cojincillo. Su propia entrega a Dios en su infancia fue tan completa que, según su director espiritual, San Roberto Belarmino, y tres de sus confesores, nunca, en toda su vida, cometió un pecado mortal.
En 1577 su padre lo llevó con su hermano Rodolfo a Florencia, Italia, dejándolos al cargo de varios tutores, para que aprendiesen el latín y el idioma italiano puro de la Toscana. Cualesquiera que hayan sido sus progresos en estas ciencias seculares, no impidieron que Luis avanzara a grandes pasos por el camino de la santidad y, desde entonces, solía llamar a Florencia, «la escuela de la piedad».
Un día que la marquesa contemplaba a sus hijos en oración, exclamó: «Si Dios se dignase escoger a uno de vosotros para su servicio, «¡qué dichosa sería yo!». Luis le dijo al oído: «Yo seré el que Dios escogerá.». Desde su primera infancia se había entregado al la Santísima Virgen. A los nueve años, en Florencia, se unió a Ella haciendo el voto de virginidad. Después resolvió hacer una confesión general, de la que data lo que él llama «su conversión».
A los doce años había llegado al más alto grado de contemplación. A los trece, el obispo San Carlos Borromeo, al visitar su diócesis, se encontró con Luis, maravillándose de que en medio de la corte en que vivía, mostrase tanta sabiduría e inocencia, y le dio él mismo la primera comunión.
Fue muy Puro y Exigente Consigo Mismo
Obligado por su rango a presentarse con frecuencia en la corte del gran ducado, se encontró mezclado con aquellos que, según la descripción de un historiador, «formaban una sociedad para el fraude, el vicio, el crimen, el veneno y la lujuria en su peor especie». Pero para un alma tan piadosa como la de Luis, el único resultado de aquellos ejemplos funestos, fue el de acrecentar su celo por la virtud y la castidad.
A fin de librarse de las tentaciones, se sometió a una disciplina rigurosísima. En su celo por la santidad y la pureza, se dice que llegó a hacerse grandes exigencias como, por ejemplo, mantener baja la vista siempre que estaba en presencia de una mujer. Sea cierto o no, hay que cuidarse de no abusar de estos relatos para crear una falsa imagen de Luis o de lo que es la santidad. No es extraño que en los primeros años, después de una seria desición por Cristo, se cometan errores al quererse encaminar por la entrega total en una vida diferente a la que lleva el mundo. El mismo fundador de los Jesuitas explica que en sus primeros años cometió algunos excesos que después supo equilibrar y encausar mejor. Lo admirable es la disponibilidad de su corazón, dispuesto a todo para librarse del pecado y ser plenamente para Dios. Además, hay que saber que algunos vicios e impurezas requieren grandes penitencias. San Luis quiso, al principio, imitar los remedios que leía de los padres del desierto.
Algunos hagiógrafos nos pintan una vida del santo algo delicada que no corresponde a la realidad. Quizás, ante un mundo que tiene una falsa imagen de ser hombre, algunos no comprenden como un joven varonil pueda ser santo. La realidad es que se es verdaderamente hombre a la medida que se es santo. Sin duda a Luis le atraían las aventuras militares de las tropas entre las que vivió sus primeros años y la gloria que se le ofrecía en su familia, pero de muy joven comprendió que había un ideal mas grande y que requería mas valor y virtud.
San Luis Gonzaga, Iglesia de Manresa, España
Fue en Montserrat donde se decidió la vocación de Luis. Hacía poco más de dos años que los jóvenes Gonzaga vivían en Florencia, cuando su padre los trasladó con su madre a la corte del duque de Mántua, quien acababa de nombrar a Ferrante gobernador de Montserrat. Esto ocurría en el mes de noviembre de 1579, cuando Luis tenía once años y ocho meses. En el viaje Luis estuvo a punto de morir ahogado al pasar el río Tessin, crecido por las lluvias. La carroza se hizo pedazos y fue a la deriva. Providencialmente, un tronco detuvo a los náufragos. Un campesino que pasaba vio el peligro en que se hallaban y les salvó.
Una dolorosa enfermedad renal que le atacó por aquel entonces, le sirvió de pretexto para suspender sus apariciones en público y dedicar todo su tiempo a la plegaria y la lectura de la colección de «Vidas de los Santos» por Surius. Pasó la enfermedad, pero su salud quedó quebrantada por trastornos digestivos tan frecuentes, que durante el resto de su vida tuvo dificultades en asimilar los diarios alimentos.
Otros libros que leyó en aquel período de reclusión son , Las cartas de Indias, sobre las experiencias de los misioneros jesuitas en aquel país, le suscitó la idea de ingresar en la Compañía de Jesús a fin de trabajar por la conversión de los herejes y Compendio de la doctrina espiritual de fray Luis de Granada. Como primer paso en su futuro camino de misionero, aprovechó las vacaciones veraniegas que pasaba en su casa de Castiglione para enseñar el catecismo a los niños pobres del lugar.
En Casale-Monferrato, donde pasaba el invierno, se refugiaba durante horas enteras en las iglesias de los capuchinos y los barnabitas; en privado comenzó a practicar las mortificaciones de un monje: ayunaba tres días a la semana a pan y agua, se azotaba con el látigo de su perro, se levantaba a mitad de la noche para rezar de rodillas sobre las losas desnudas de una habitación en la que no permitía que se encendiese fuego, por riguroso que fuera el tiempo.
Fue inútil que su padre le combatiese en estos deseos. En la misma corte, Luis vivía como un religioso, sometiéndose a grandes penitencias. A pesar de que ya había recibido sus investiduras de manos del emperador, mantenía la firme intención de renunciar a sus derechos de sucesión sobre el marquesado de Castiglione en favor de su hermano.
Madrid
En 1581, se dio a Ferrante la comisión de escoltar a la emperatriz María de Austria en su viaje de Bohemia a España. La familia acompañó a Ferrante y, al llegar a España, Luis y su hermano Rodolfo fueron designados pajes de Don Diego, príncipe de Asturias. A pesar de que Luis, obligado por sus deberes, atendía al joven infante y participaba en sus estudios, nunca omitió o disminuyó sus devociones.
Cumplía estrictamente con la hora diaria de meditación que se había prescrito, no obstante que para llegar a concentrarse, necesitaba a veces varias horas de preparación. Su seriedad, espiritualidad y circunspección, extrañas en un adolescente de su edad, fueron motivo para que algunos de los cortesanos comentaran que el joven marqués de Castiglione no parecía estar hecho de carne y hueso como los demás.
Resuelto a unirse a la compañia de Jesus
El día de la Asunción del año 1583, en el momento de recibir la sagrada comunión en la iglesia de los padres jesuitas, de Madrid, oyó claramente una voz que le decía: «Luis, ingresa en la Compañía de Jesús.
Primero, comunicó sus proyectos a su madre, quien los aprobó en seguida, pero en cuanto ésta los participó a su esposo, este montó en cólera a tal extremo, que amenazó con ordenar que azotaran a su hijo hasta que recuperase el sentido común. A la desilusión de ver frustrados sus sueños sobre la carrera militar de Luis, se agregaba en la mente de Ferrante la sospecha de que la decisión de su hijo era parte de un plan urdido por los cortesanos para obligarle a retirarse del juego en el que había perdido grandes cantidades de dinero.
De todas maneras, Ferrante persistía en su negativa hasta que, por mediación de algunos de sus amigos, accedió de mala gana a dar consentimiento provisional. La temprana muerte del infante Don Diego vino entonces a librar a los hermanos Gonzaga de sus obligaciones cortesanas y, luego de una estancia de dos años en España, regresaron a Italia en julio de 1584.
Al llegar a Castiglione se reanudaron las discusiones sobre el futuro de Luis y éste encontró obstáculos a su vocación, no sólo en la tenaz negativa de su padre, sino en la oposición de la mayoría de sus parientes, incluso el duque de Mántua. Acudieron a parlamentar eminentes personajes eclesiásticos y laicos que recurrieron a las promesas y las amenazas a fin de disuadir al muchacho, pero no lo consiguieron.
Ferrante hizo los preparativos para enviarle a visitar todas las cortes del norte de Italia y, terminada esta gira, encomendó a Luis una serie de tareas importantes, con la esperanza de despertar en él nuevas ambiciones que le hicieran olvidar sus propósitos. Pero no hubo nada que pudiese doblegar la voluntad de Luis. Luego de haber dado y retirado su consentimiento muchas veces, Ferrante capituló por fin, al recibir el consentimiento imperial para la transferencia de los derechos de sucesión a Rodolfo y escribió al padre Claudio Aquaviva, general de los jesuitas, diciéndole: «Os envío lo que más amo en el mundo, un hijo en el cual toda la familia tenía puestas sus esperanzas.
El Noviciado
Inmediatamente después, Luis partió hacia Roma y, el 25 de noviembre de 1585, ingresó al noviciado en la casa de la Compañía de Jesús, en Sant’Andrea. Acababa, de cumplir los dieciocho años. Al tomar posesión de su pequeña celda, exclamó espontáneamente: «Este es mi descanso para siempre; aquí habitaré, pues así lo he deseado» (Salmo cxxxi-14). Sus austeridades, sus ayunos, sus vigilias habían arruinado ya su salud hasta el extremo de que había estado a punto de perder la vida.
Sus maestros habían de vigilarlo estrechamente para impedir que se excediera en las mortificaciones. Al principio, el joven tuvo que sufrir otra prueba cruel: las alegrías espirituales que el amor de Dios y las bellezas de la religión le habían proporcionado desde su más tierna infancia, desaparecieron.
Seis semanas después murió Don Fernante. Desde el momento en que su hijo Luis abandonó el hogar para ingresar en la Compañía de Jesús, había transformado completamente su manera de vivir. El sacrificio de Luis había sido un rayo de luz para el anciano.
No hay mucho más que decir sobre San Luis durante los dos años siguientes, fuera de que, en todo momento, dio pruebas de ser un novicio modelo. Al quedar bajo las reglas de la disciplina, estaba obligado a participar en los recreos, a comer más y a distraer su mente. Además, por motivo de su salud delicada, se le prohibió orar o meditar fuera de las horas fijadas para ello: Luis obedeció, pero tuvo que librar una recia lucha consigo mismo para resistir el impulso a fijar su mente en las cosas celestiales.
Por consideración a su precaria salud, fue trasladado de Milán para que completase en Roma sus estudios teológicos. Sólo Dios sabe de qué artificios se valió para que le permitieran ocupar un cubículo estrecho y oscuro, debajo de la escalera y con una claraboya en el techo, sin otros muebles que un camastro, una silla y un estante para los libros.
Luis suplicaba que se le permitiera trabajar en la cocina, lavar los platos y ocuparse en las tareas más serviles. Cierto día, hallándose en Milán, en el curso de sus plegarias matutinas, le fue revelado que no le quedaba mucho tiempo por vivir. Aquel anuncio le llenó de júbilo y apartó aún más su corazón de las cosas de este mundo.
Durante esa época, con frecuencia en las aulas y en el claustro se le veía arrobado en la contemplación; algunas veces, en el comedor y durante el recreo caía en éxtasis. Los atributos de Dios eran los temas de meditación favoritos del santo y, al considerarlos, parecía impotente para dominar la alegría desbordante que le embargaba.
Una Epidemia
En 1591, atacó con violencia a la población de Roma una epidemia de fiebre. Los jesuitas, por su cuenta, abrieron un hospital en el que todos los miembros de la orden, desde el padre general hasta los hermanos legos, prestaban servicios personales.
Luis iba de puerta en puerta con un zurrón, mendigando víveres para los enfermos. Muy pronto, después de implorar ante sus superiores, logró cuidar de los moribundos. Luis se entregó de lleno, limpiando las llagas, haciendo las camas, preparando a los enfermos para la confesión.
Luis contrajo la enfermedad. Había encontrado un enfermo en la calle y, cargándolo sobre sus espaldas, lo llevó al hospital donde servía.
Pensó que iba a morir y, con grandes manifestaciones de gozo (que más tarde lamentó por el escrúpulo de haber confundido la alegría con la impaciencia), recibió el viático y la unción. Contrariamente a todas las predicciones, se recuperó de aquella enfermedad, pero quedó afectado por una fiebre intermitente que, en tres meses, le redujo a un estado de gran debilidad.
Luis vio que su fin se acercaba y escribió a su madre: «Alegraos, Dios me llama después de tan breve lucha. No lloréis como muerto al que vivirá en la vida del mismo Dios. Pronto nos reuniremos para cantar las eternas misericordias.» En sus últimos momentos no pudo apartar su mirada de un pequeño crucifijo colgado ante su cama.
En todas las ocasiones que le fue posible, se levantaba del lecho, por la noche, para adorar al crucifijo, para besar una tras otra, las imágenes sagradas que guardaba en su habitación y para orar, hincado en el estrecho espacio entre la cama y la pared. Con mucha humildad pero con tono ansioso, preguntaba a su confesor, San Roberto Belarmino, si creía que algún hombre pudiese volar directamente, a la presencia de Dios, sin pasar por el purgatorio. San Roberto le respondía afirmativamente y, como conocía bien el alma de Luis, le alentaba a tener esperanzas de que se le concediera esa gracia.
En una de aquellas ocasiones, el joven cayó en un arrobamiento que se prolongó durante toda la noche, y fue entonces cuando se le reveló que habría de morir en la octava del Corpus Christi. Durante todos los días siguientes, recitó el «Te Deum» como acción de gracias.
Algunas veces se le oía gritar las palabras del Salmo: «Me alegré porque me dijeron: ¡Iremos a la casa del Señor!» (Salmo Cxxi – 1). En una de esas ocasiones, agregó: «¡Ya vamos con gusto, Señor, con mucho gusto!» Al octavo día parecía estar tan mejorado, que el padre rector habló de enviarle a Frascati. Sin embargo, Luis afirmaba que iba a morir antes de que despuntara el alba del día siguiente y recibió de nuevo el viático. Al padre provincial, que llegó a visitarle, le dijo:
-¡Ya nos vamos, padre; ya nos vamos …!
-¿A dónde, Luis?
-¡Al Cielo!
-¡Oigan a este joven! -exclamó el provincial- Habla de ir al cielo como nosotros hablamos de ir a Frascati.
Al caer la tarde, se diagnóstico que el peligro de muerte no era inminente y se mandó a descansar a todos los que le velaban, con excepción de dos. A instancias de Luis, el padre Belarmino rezó las oraciones para la muerte, antes de retirarse. El enfermo quedó inmóvil en su lecho y sólo en ocasiones murmuraba: «En Tus manos, Señor. . .»
Entre las diez y las once de aquella noche se produjo un cambio en su estado y fue evidente que el fin se acercaba. Con los ojos clavados en el crucifijo y el nombre de Jesús en sus labios, expiró alrededor de la medianoche, entre el 20 y el 21 de junio de 1591, al llegar a la edad de veintitrés años y ocho meses.
Bibliografía: Benedictinos, monjes de la abadía de San Agustin en Ramsgate. The Book of Saints. VI edition. Wilton: Morehouse Publishing, 1989
Butler, Vida de Santos, vol. IV. México, D.F.: Collier’s International – John W. Clute, S.A., 1965.
Sgarbossa, Mario y Giovannini, Luigi. Un Santo Para Cada Dia. Santa Fe de Bogota: San Pablo. 1996.